domingo, 2 de mayo de 2010

Ortografía culinaria.


Ya, ya sé que todos habéis visto alguna vez esos letreros escritos con tiza, con rotulador o incluso con letra impresa en bares y restaurantes que se lanzaban de lleno a un mundo de catastróficas faltas de ortografía. Pero no os creais tan listos ni os sintais tan orgullosos de vuestros conocimientos y vuestra vasta educación, quizá estéis incurriendo en un clásico de los pecados: la vanidad. Y lo que es peor, la vanidad sumada a la ignorancia.

Yo era uno de esos que hacían mofa y befa de cuantos carteles salpicados de errores caían ante mis ojos, hasta que un día el gran maestro Du Maurier me sacó de mi ensimismamiento autocomplaciente.

Sí, es cierto que algunas de las faltas ortográficas existentes en el extenso bosque caligráfico del mapa gastronómico responde a un mero descuido o al desconocimiento del autor, pero también es cierto que otras de esas aparentes faltas tienen su origen en otro hecho bien distinto.

El maestro Du Maurier empezó hablándome de las materias primas, de cómo una berenjena con j tenía un sabor algo más amargo y picante que una berengena con g. Así pasaba también con las cevollas, mucho más duras y crujientes que las cebollas, y algo menos dulces. Las chirivías, las chiribías, los megillones, los mejillones, los mejiyones, los megiyones, el brécol, el vrécol, los hajos, los ajos... Aquel largo y extraño discurso me aturdía y yo no dejaba de pensar que todo era una gran broma del maestro. Pero nada de eso. Siguió después pormenorizando las diferencias de platos elaborados en función del juego de grafías: la croqueta, crujiente y compacta, se diferencia de la cocreta, mucho más suelta y con un rebozado que se deshace en la mano, y por último la cocleta, cuyo relleno es más líquido, menos espeso que el de la croqueta o la cocreta.

Me costó creer lo que oía, pero el maestro fue demostrándome en la cocina que todo lo que me había contado era cierto. El poder de la escritura confería a platos y alimentos unas características que no podían lograrse de otro modo, ni con ollas especiales, ni poniendo a remojo los ingredientes, ni añadiéndoles ningún producto, sólo con un rotulador y algo de falta de prejuicios ortográficos.

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